El Conejito que venció al miedo
Una historia sobre la acción sabia.
Un cuento Jataka dedicado a todos los niños del mundo.
ADAPTACIÓN MAGDALENA FLEITAS
Hace mucho, mucho tiempo, en un bosque de la India, vivía un joven conejo blanco.
El bosque donde vivía este conejito quedaba cerca del mar y estaba poblado por muchísimos arboles de mango.
Un día de sol, el conejito blanco dormía la siesta debajo de uno de estos árboles. Es que este árbol de mango era enorme, con muchas hojas, y daba una gran sombra a la hora de la siesta. Además, el conejito amaba el delicioso olor de sus frutas maduras. Así que cada día, mientras sus amigos correteaban por ahí y un hermoso ciervo mordisqueaba el pasto, él se dormía a la rica y fresca sombra del árbol.
El mundo estaba en paz.
De repente, un estruendo fuertísimo lo despertó. Asustadísimo, el conejito sentía el suelo temblar debajo de sus patitas. “¡¿Qué pasa, qué pasa?! ¡La Tierra se debe estar partiendo!”, pensó y saltó aterrado. ¿Qué otra cosa podría ser? Imagínense, semejante ruido y la tierra temblando… ¡tenía que ser La Tierra que se estaba partiendo! Y, sin pensarlo dos veces, el conejito salió corriendo despavorido.
Atravesó como un rayo la ronda en la que jugaban los otros conejos. “¿Por qué te vas corriendo tan asustado?”, le preguntaron. “¡La Tierra se debe estar partiendo, la Tierra se debe estar partiendo!”, dijo el conejito con la lengua afuera. Aterrorizados, todos los conejos salieron corriendo detrás de él al grito de “¡Qué miedo, qué miedo, la Tierra se está partiendo!”
Más y más conejos dejaban de jugar y se unían a la huida y los gritos del asustado conejito blanco. En poco tiempo, ya eran cientos de conejos en fuga, con los ojos como flechas y las orejas crispadas de miedo. Como podían, y a los gritos, seguían en la carrera a nuestro pequeño conejo blanco.
El hermoso y elegante ciervo que pastaba junto a ellos, al ver a tantos conejos corriendo, preguntó: “¿Que pasa, hay un incendio?”. “Peor, mucho peor: la Tierra se está partiendo”, le respondieron. “¡Qué miedo!”, dijo el ciervo, “¡hay que avisar al resto de los animales!”
El ciervo le avisó al búfalo. El búfalo abrió los ojos grandes como dos lunas y corrió a contarle al buey. Al buey se le encogió la cola del miedo y salió a avisarle al tigre. Al tigre se le pusieron los pelos de punta y saltó a decirle al elefante. Al elefante se le cayó la trompa al piso y, como pudo, corrió a avisarle al rinoceronte. Al rinoceronte le temblaron las pezuñas y salió corriendo detrás de todos ellos.
Cientos y cientos de animales corrían en estampida detrás del conejito blanco. En todo el bosque, de punta a punta, se escuchaban los gritos: “¡¡¡La Tierra se está partiendo, la Tierra se está partiendo!!!”.
Un león escuchó la fuerte estampida y vio cómo todos los animales del bosque corrían colina arriba hacia un alto acantilado que terminaba en el océano. El león se dio cuenta del peligro y pensó: “¡Si no los detengo, van a pasar sobre el acantilado y todos caerán al océano!”. Rapidísimo, el león llegó a la punta del risco antes que todos los animales y se paró delante de ellos. “¡Alto!”, rugió el poderoso león. Todos los animales frenaron de golpe, cayendo unos arriba de los otros: el elefante empujó al rinoceronte, el rinoceronte cayó arriba del tigre, el tigre aplastó al buey, se dio un cabezazo con el búfalo, el búfalo hizo caer al ciervo, y el ciervo por poco aplasta al conejito. “¿Por qué huyen?, ¿qué está pasando?”. “¡¡¡La Tierra se está partiendo, la Tierra se está partiendo!!!”, gritaron los animales, cada uno a su manera.
“A ver, a ver, a ver… ¿quién vio a la Tierra partiéndose?”, preguntó muy serio el león, abriendo más un ojo que el otro y poniéndose una ramita en la boca. “Lo vio el elefante”, dijo resoplando el rinoceronte. “Lo vio el tigre”, dijo con su trompa el elefante. “Lo vio el buey”, dijo gruñendo el tigre. “Lo vio el búfalo”, dijo el buey en un bramido. “Lo vio el ciervo”, dijo el búfalo con estruendo. “Lo vio el conejito blanco”, dijo el ciervo susurrando.
Finalmente, el conejito muy suavemente y con algo de miedo, habló: “¡Yo oí como la Tierra se partía! ¡Fue espantoso!”
El león, sospechando algo extraño, levantó una ceja, sopló la ramita como si fuese una pipa, y preguntó: “¿Dónde estabas cuando escuchaste eso?”
“Estaba durmiendo bajo un hermoso árbol de mango y de pronto la Tierra se sacudió. Entonces oí un sonido horrendo. Me asusté mucho, león”.
“A ver, conejito, subí a mi espalda y juntos vamos a investigar qué fue lo que pasó. Todos los demás, quédense acá y no se muevan hasta que regresemos”, dijo el león.
Con el conejo sobre su espalda, el león avanzó a los saltos por el bosque hasta que se acercó al árbol de mango donde el conejo había estado durmiendo la siesta.
“¿Este es el lugar del hecho?”, preguntó el león, otra vez arqueando una ceja.
“Yo me bajo acá”, chilló el conejito. “Tengo miedo de acercarme”.
El león dejó que el conejo bajara de su espalda y, valientemente, se acercó al lugar que le habían señalado.
“Hmmm…”, dijo el león peinándose los bigotes lentamente. Justo frente al árbol había un enorme mango estrellado que había caído de las ramas más altas del árbol.
“Pobre conejito”, dijo el león. “Este mango cayó al suelo y causó el ruido que tanto te asustó. Vayamos rápido a avisarle al resto de los animales que la Tierra no se está partiendo”.
Al llegar frente a los animales del bosque, el conejito se bajó de la espalda del león. El león se sentó lentamente, levantó una ceja, sopló de la ramita como si fuese una pipa aún encendida, y acomodó su melena como si fuera un sombrerito de detective. “Amigos…”, dijo y luego carraspeó para tener la voz más grave. “Amigos, no hay ninguna razón para asustarse. Las pruebas de mi investigación sugieren que el conejito se asustó por un mango que cayó del árbol. Sé que a veces nos asustamos sin una buena razón, pero este miedo ciego los hizo correr hacia un gran peligro”.
Todos los animales suspiraron aliviados.
El león sopló otra vez de la ramita, volvió a acomodarse el sombrerito, digo… la melena, y agregó: “Siempre fíjense bien si hay razones para asustarse, y luego actúen sabiamente para ayudarse a ustedes mismos y a los demás. No crean en rumores hasta no estar seguros de que son totalmente verdad”.
El conejito y los demás animales prometieron recordar las palabras del león y regresaron felices a sus hogares en el bosque.
Voz, flautas y guitarra: Magdalena Fleitas /Violín: Diego Velázquez /Tiple y acordeón: Fernando Tomasenía /Vibráfono, bajo, tambura, percusión: Juan Bernabé
Dir. Art., adaptación, relatos, voces y ruiditos: Magdalena Fleitas
Prod. Musical, adapt., voces, edición y masterización: Juan Bernabé para Vuela Ñandú
Ilustraciones: Magdalena Fleitas, basado en el Akshobyavajra Mandala
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