Amancio Williams, mi abuelo, arquitecto de la Casa Puente, era una persona muy especial, al igual que mi abuela Delfina, quien, siendo arquitecta, también compartió la obra.  En este momento es mi tío, Claudio Williams, quien lleva adelante el seguimiento de la obra de mi abuelo.

En la casa de mis abuelos se respiraba arte, cultura y belleza. Amancio particularmente era tal cual se lo ve en las fotos, un señor elegante, aventurero y visionario. En su juventud había piloteado aviones, subía montañas, amaba el Tigre y organizaba navidades con grandes luces en los árboles.

Una anécdota que me contó y siempre me gustó, fue de su juventud, cuando impulsó la aviación y quiso promoverla en la Argentina, junto a jóvenes pilotos. Fueron insistentemente a visitar al presidente Yrigoyen, quien tenía otras prioridades, y no podía recibirlos. Luego de varias jornadas, y horas de esperas en salas, se abrieron las puertas y salió el mismísimo Yrigoyen. Su respuesta fue rotunda y sus palabras increíbles: «Señores, ¡No creo en la aviación!» Amancio siempre se reía al contar esa parte… Hay muchas anécdotas de mi querido abuelo Amancio Williams.  Les comparto el link familiar, con un video que hicimos con mi prima, Trinidad Padilla, cuando mi abuela Delfina cumplió 100 años y se ve la historia de la familia.

Un abrazo grande, Magda.

La navidad es una época de encuentros en mi familia. Tenemos diferentes rituales, que empiezan con largas cadenas de mails organizando los preparativos. Luego, llega el día de las galletitas de jengibre y del pan dulce. El fin de semana anterior, solemos reunirnos en la casa de mi mamá a moldear, cocinar y decorar, al ritmo de canciones navideñas. Tíos, sobrinos y primos amasamos y le damos forma a las galletitas.

En una oportunidad, mi tía Gloria, se puso una camisa hecha por mi abuela Delfina, que era una gran costurera y que fue la iniciadora de estos rituales. Hasta el pesebre está hecho por ella en jabón hace muchos años. Lo talló cuando era muy jovencita y todavía lo usamos para celebrar las fiestas.

Una de las cosas que más me gustaban de las pascuas era la búsqueda del domingo. Además de huevos de chocolate entre los árboles, había huevitos de codorniz envueltos en papel aluminio. También aparecían otros tesoritos: hojitas, frutas y piedras especiales. Porque al buscar, aprendíamos a mirar. Con mis primos Williams, corríamos entre las plantas y trepábamos para llegar a las ramas más altas. Los adultos se aseguraban de que pusiéramos todo en una gran canasta, para repartir luego equitativamente con los más chiquitos… pero siempre había algunos vivos que se escondían en el jardín para comer los chocolates más
tentadores!

Les comparto una canción de tesoros para estos festejos. La compuse para la serie infantil Minimalitos…

LOS TESOROS, de Magdalena Fleitas

Cuántas cosas puedo contar de mi querida abuela, la mamá de mi mamá Inés y sus siete hermanos. Es la gran matriarca, organizadora de pascuas y navidades, encuentros y coros familiares. Ella me enseñó tantas cosas… Además, cómo vivió hasta los 102 años, llegó a conocer a mis dos hijos y estuvo lúcida y presente hasta sus últimos días.

Mi abuela, amaba el conocimiento, valoraba mucho la cultura, el estudio y la versatilidad en las conversaciones. Todos los días jugaba al scrabel con alguna de mis tías que la visitaba… Teresa y Gloria eran las expertas en ese juego y no convenía mucho ponerse a jugar, porque tenían estudiadas todas las opciones más inverosímiles, y siempre podían ganar con su diccionario a mano. Con mi papá, mi mellizo Diego y otros tíos pasaban largas horas jugando al ajedrez.

Mi abuela amaba la naturaleza, el río, las plantas. Nos enseñó muchas cosas… era como un diccionario de saberes, una fuente donde consultar cualquier tema. Cuando ya estaba muy viejita, yo me preguntaba: ¿a quién voy a llamar cuando tenga una duda?

Delfina escribió dos libros y en una de las presentaciones contó que antes de escribirlos pensaba todo el libro en detalles, desde el principio al fin, con puntos y comas. Años más tarde me descubrí haciendo lo mismo, pensando las frases antes de formularlas y grabarlas en el celular. Ahora es una de mis formas de escribir, grabo y alguien lo desgraba por mí, por lo cual, tengo que pensar cada frase, con puntos y comas, como mi abuela.

Cuando Delfina cumplió 100 años le hicimos un video con mi querida prima Trinidad Padilla, compañera de aventuras, andanzas con la banda y el jardín Risas de la Tierra. Les comparto el video, es largo, pero tiene parte de su maravillosa historia, una mujer ejemplar, trabajadora, responsable y buena.

DELFINA GÁLVEZ, 100 AÑOS

Los chicos, que están cerca del suelo, sienten y observan los cambios en la naturaleza. Aún en las ciudades, ven que «algo» cambia día a día. Sopla más viento, las hojas de los árboles vuelan, se pintan de nuevos colores, los días se acortan, hay que abrigarse y lo mejor para ellos: ¡aparecen nuevos tesoros en la veredas!

Mis hijos son grandes recolectores, me traen hojas de Plátano y de Fresno que encuentran en sus caminatas. Ya tengo un marco de hojitas amarillas en el espejo y también un collar de Gran-Hoja-Rojiza, como una piedra preciosa. No dura mucho, son esos regalos que tienen un tiempo y nos enseñan que parte del aprendizaje es soltar, dejar ir, confiar en los ciclos y soltar, soltar…. meciéndonos como las hojas, en el ritmo de la naturaleza, con la música del viento y la canción de los días que se acortan, del Tiempo de Otoño.

Les comparto un video, para su colección de tesoritos.

TIEMPO DE OTOÑO, Magdalena Fleitas

¿Nos cuentan cuáles son sus rituales? ¿Acaso tienen recetas, versos, costumbres familiares y mimos otoñales?

¡Los invitamos a compartirlos, para llenar nuestros «Rituales de otoño» con poesías, juegos y canciones.

Ámbar. ambarina para todos y un abrazo calentito.

Magda

Yaya, mi abuela regalona, presente, la que nos iba a buscar a la escuela siempre con un helado. Murió cuando yo tenía 17 años, por lo cual su presencia tiene la impronta de la infancia, del dulce de leche a escondidas y montones de cosas ricas. El mejor plan era ir a dormir a su casa, comer pollito con puré o milanesas cortaditas con papas, ver la tele, probablemente La Familia Ingalls, en la única tele que había en la familia, y que de a poco, con el calor de la transmisión se iba oscureciendo hasta que había que apagar. En las propagandas, a toda velocidad, nos bañábamos en su bañadera calentita y todo, las toallas, sus sábanas, todo era suave y mullido como en las películas.

Yaya nos compraba revistas y comics, a escondidas de mi mamá, que por alguna razón no las reconocía como buena literatura. Entonces, la cuestión fue que en su casa, mis hermanos y yo nos leímos toda la colección de Nippur de Lagash, Gilgamesh y Pepe Sánchez. Con el tiempo mi mamá las aceptó y ahora son historietas de culto, pero cuando era chica, fue Yaya la proveedora secreta de todos esos gustos prohibidos. Yaya nos llevó de viaje por muchos lugares, disfrutaba estar con las nietas y lucirse como abuela. Uno de sus planes favoritos era llevarnos a ver Holliday on Ice en el Luna Park y luego ir a comer pizza a los Inmortales.

Su mamá fue mi bisabuela Bibí, una mujer fuerte e independiente que también dejó su impronta en la familia. Bibí murió un año antes de mi abuela y juntas, nos criaron con amor y dedicación, aún a costa de los varones, que a veces huían de tanta intensidad femenina. Yaya era profesora de francés, excelente anfitriona y madre dedicada a sus hijos. Su casa era mi refugio y el de mis amigas, cuando andábamos por el centro. En los veranos nos íbamos a Miramar, a su casa, y pasamos muchos veranos felices, en banda de chicos y bicicletas.

Yaya, mi querida abuela, Hebe Ortiz de Rozas.-

Cumplía años el 9 de Abril. Nació en 1912 en Esquina, Corrientes. Su papá “Bito Tonio” era maestro rural y Director de escuela. En el año 1989 aproximadamente fuimos con Yayo, mi tío Federico y mi papá Abel, los abogados del Estudio Fleitas, a visitar su pueblo e inaugurar la «Escuela pública Antonio Fleitas», mi bisabuelo. Nos recibieron con grandes homenajes.

Yayo y Yaya eran los abuelos regalones, del dulce de leche a escondidas, el chipá, los viajes con las nietas y la casa siempre abierta. Por las tardes, mi abuela custodiaba la siesta de los hombres y los nietos mágicamente hacíamos silencio, aunque probablemente, hacíamos lío en algún rincón lejano de la casa, sin que nadie nos viera. Mis abuelos nos llevaron de viaje por Brasil, por la Argentina, el Caribe y otros lugares maravillosos, todo con mucho cuidado y atenciones. Ellos vivían a dos cuadras de Callao y Santa fe, en Capital, y una de las cosas que más le gustaba a Yayo era salir al cine y llevarnos a restaurantes. Como en mi casa éramos muchos, y mis papás no podían darnos ese lujo, entonces, las salidas «finas» eran con Yayo y Yaya, que siempre se lucían con estos programas y se horrorizaban un poco de nuestros modales. Recuerdo a mi abuelo explicándonos qué elegir del menú y diciéndole a mi prima María que la opción de puré con huevo duro no era adecuada para ese lugar.

Mi abuelo estaba muy orgulloso de su propio recorrido profesional. Fue un gran trabajador. Hasta sus 87 años fue a su estudio, aunque se sentara nomás en su escritorio, al lado de mi tío Fede. Y luego, todos los días, se iban a almorzar y dormir su siesta al departamento de la calle Arenales. Llegó a ser Camarista, Decano de la UBA y entre sus escritos, mi favorito fue «El abuso del Derecho» con una mirada aguda y ética acerca de las leyes.

Yo siempre lo grababa, me gustaban sus relatos de la infancia, y también las lecturas de sus escritos de joven estudiante, lleno de ilusiones y palabras grandilocuentes. Tengo una grabación muy simpática, donde yo le digo «Yayo, ¡te quiero mucho!» Y él me contesta en el mismo tono: «¡Es recíproco!»

Al firmar, hacía un firulete particular. Una vez de niña le pregunté qué significaba y con sonrisa pícara, como quien fue descubierto, me contestó: «Una coquetería».

Mi abuelo ABEL FLEITAS, Yayo, mi abuelo querido.

Compartinos tus relatos de infancia.

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